Las grandes ciudades tienen muchas desventajas pero también tienen ventajas que la política pública debe potenciar. Están congestionadas pero tienen oportunidades de empleo. Son más inseguras pero ofrecen educación y salud. Sufren contaminación pero son más libres y tolerantes.
Algo que siempre hemos percibido de la Ciudad de México (CDMX) es que, a diferencia de Guadalajara y Monterrey, que cuentan con una idiosincrasia cultural muy determinante que se refleja en una gastronomía acotada, nuestra ciudad, por su centralismo, aglutinó a gente originaria de todo el país.
Además, las migraciones de refugiados económicos y políticos a lo largo del siglo XX: españoles, franceses, libaneses, judíos, chilenos, argentinos y uruguayos, contribuyeron a un sincretismo o fusión, como se dice en el argot de los cocineros, que se manifiesta en establecimientos callejeros o en restaurantes premiados en publicaciones especializadas.
El mejor ejemplo de ello son los tacos al pastor que según la plataforma 'Taste Atlas' son el mejor platillo del mundo y tienen un origen claramente libanés pero evolucionaron cambiando el cordero por cerdo, el pan árabe por tortillas y, por supuesto, añadiendo un toque de chile.
Pero es en últimas fechas que, como fenómeno poscovid y por la flexibilidad de ciertas normas como el programa 'Ciudad al aire libre', han abierto sus puertas centenares de nuevos establecimientos en toda la ciudad. El fenómeno es muy visible en colonias como la Condesa, Roma, Polanco, San Rafael o Santa María la Ribera.
Aunque es un dato de difícil comprobación, se podría argumentar que después de Tokio, nuestra ciudad tiene más restaurantes japoneses que cualquier otra metrópoli. Contamos además con restaurantes chinos, italianos, franceses, coreanos, hindúes, libaneses, oaxaqueños, yucatecos, tapatíos, de carnes, de pescados, vegetarianos y veganos, además de toda suerte de panaderías, unas populares como La Esperanza y otras gourmet como las del Rosetta en la Roma. En la calle se pueden degustar tortas, tacos, tlayudas, tamales, pambazos, mariscos, elotes, frutas, helados y platillos redundantes como las tortas de tamal o de chilaquiles.
A este círculo virtuoso contribuye la calidad del servicio. Indudablemente los meseros mexicanos son los mejores del mundo, aunque últimamente pecan de muy obsequiosos. También tenemos una estirpe de chefs donde destacan Enrique Olvera y sus discípulos que, además de su buena y sofisticada cocina, son magníficos publirrelacionistas.
Estos personajes, mayoritariamente norteamericanos, han decidido vivir en nuestra ciudad por varias razones: pueden trabajar de manera remota, la Ciudad de México es más barata (rentas, comida, entretenimiento) que Los Ángeles o San Francisco, de donde muchos vienen, y pueden comer en restaurantes de clase mundial por menos de cien dólares por persona.
Además, como recomiendan la CDMX a parientes y amigos, en los últimos años ha cambiado el propósito de parte del turismo pasando de ser exclusivamente de negocios a recreacional y cultural. Afortunadamente el gobierno de la ciudad ha entendido este nuevo fenómeno y pretende apoyarlo. El nuevo eslogan: 'CDMX La Ciudad que lo tiene todo' es muy afortunado y reconoce sus virtudes.
También se ha anunciado un programa de apoyo y fomento a los restaurantes reconociendo su capacidad de generar riqueza y empleo, modificando la tradicional animadversión del gobierno y las comunidades de vecinos hacia los restaurantes.
Esta tradición se ha ido diluyendo aunque sigue existiendo una animadversión hacia la venta de bebidas alcohólicas como lo ejemplifica la ley seca. Ojalá estas nuevas iniciativas del gobierno de la ciudad reconozcan la mayoría de edad de sus ciudadanos y flexibilicen las regulaciones a una industria reconocida, productiva, generadora de empleo y que ha traído a nuestra ciudad reconocimiento internacional.