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La CDMX tiene una larga experiencia de catástrofes que han puesto a prueba a su gobierno y ahora el Coronavirus no será la excepción. 

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En general, el manejo de una crisis es algo sumamente complejo y en las grandes aglomeraciones urbanas lo es aún más, ya que la densidad de personas y actividades puede multiplicar las interacciones a niveles inmanejables por la comprensión humana.  Inundaciones, temblores, incendios y epidemias, aunque pueden predecirse como fenómenos es imposible conocer el momento en que ocurrirán y la intensidad y duración de sus efectos. 

La CDMX tiene una larga experiencia de catástrofes que han puesto a prueba a su gobierno y a sus habitantes. Desde las épocas prehispánica y colonial han afectado a su población. A partir de 1629 la ciudad estuvo inundada casi cinco años por lo que desde España se ordenó su reubicación a tierras más altas. Los intereses de los propietarios de los solares en que se asentaba impidieron el traslado. 

El temblor de 1985 puso a dura prueba a la ciudad e incluso al gobierno de Miguel de la Madrid. Al final, sin embargo, la ciudad se repuso y se volvió más segura como se demostró en 2017 cuando un sismo de gran magnitud produjo relativamente pocos daños. Ningún edificio construido después de 1985 resultó afectado.  La experiencia, los libros, manuales y seminarios de manejo de crisis señalan una serie de pasos y actividades que deben seguirse para su atención. 

 

En la fase de prevención debe contarse con las instituciones adecuadas para el manejo de crisis. En teoría las áreas de protección civil lo son, pero al final una crisis fuerte y de consecuencias impredecibles lo que pone a prueba 2 es la capacidad de gobernar. También debe existir el conjunto de normas técnicas que prevengan – por ejemplo – que los edificios se colapsen o se incendien. Estas medidas son de largo plazo, costosas social y económicamente y solo se puedan evaluar cuando hay eventos que nadie desea. Es de responsabilidad tomarlas a tiempo. 

La crisis, puede ser un solo evento de gran intensidad y corta duración – como un sismo – u otro que se va desarrollando en el tiempo como la actual epidemia. De alguna forma toda gran ciudad tiene un protocolo preestablecido. ¿Donde juntarse? ¿Que funcionarios hacen que? ¿Quien toma las decisiones?  Lo primero es contar con un buen diagnóstico. Partiendo de la premisa cierta de que el 70% de la solución de un problema es un buen diagnóstico los gobiernos deben estar preparados para obtener rápidamente los datos que permitan evaluar y tomar las decisiones. 

En segundo lugar debe quedar claro quien está a cargo. ¿El jefe civil de la ciudad? ¿Un comandante del ejército? ¿El jefe de la policía local? Este responsable único debe contar con un gabinete de emergencia – de guerra se decía en otras épocas –. La parte crucial desde el primer momento es la comunicación. Es indispensable nombrar un vocero único que deberá actualizar con cierta temporalidad predecible – una, dos ó tres veces al día – la información disponible.

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Es un lugar común decir que en información no existen vacíos. Pero es cierto y más en la era de las redes sociales donde los canales tradicionales de comunicación y propaganda se volvieron irrelevantes. Aún con información certera y oportuna será inevitable que los oportunistas y los ignorantes de siempre propalen noticias falsas y rumores apocalípticos. Solo la persistencia y veracidad de la información puede ir derrotando a la 3 incertidumbre. Hacerse acompañar en la verificación de datos por miembros prestigiosos de la sociedad puede ayudar a apuntalar su confiabilidad. 

En fases críticas de una emergencia es necesario confiar en el juicio y consejo de los científicos, expertos y especialistas. Sin embargo la responsabilidad final es de los gobernantes. Eso es gobernar.  Por definición, un especialista analiza el mundo con parcialidad. Toca al gobernante saber como la información y consejo que el experto brinda se acopla a la realidad social y económica y cual es la viabilidad real de su instrumentación. 

El siguiente paso – de manual básico – es dividir y categorizar el problema. Se atiende diferente a una comunidad de clase media que a una de escasos recursos. Los efectos de una crisis serán distintos para los ancianos que para los niños. Para cada sector afectado o vulnerable se deberán diseñar programas diferenciados y encargar su aplicación a equipos específicos. También se deberán tomar las medidas legales – decretos de emergencia – que faciliten y atiendan la problemática concreta. 

En toda legislación hay instrumentos para la atención de emergencias: desde la movilización de recursos financieros hasta la restricción temporal y acotada de las libertades individuales. Estos instrumentos bien usados permiten a los gobiernos desplegar una mayor eficacia. Para ello han sido previstos. Una vez controlada la emergencia y detenidos sus principales efectos comienzan las etapas de restablecimiento de la normalidad que también deben contar con programas y recursos definidos. En esta etapa es indispensable entender que pasó y configurar las medidas para prevenir ó por lo menos paliar nuevas catástrofes.