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Los constantes incendios de estos espacios, en la CDMX, se debe al hecho de la poca inversión, la falta de orden y el incumplimiento de normas de operatividad.

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La noticia no sorprende a nadie. El pasado 24 de diciembre se quemaron 600 puestos en el tradicional mercado de la Merced, al oriente del centro histórico de la CDMX. Este incendio ocurrió cuando aún no se termina con la reconstrucción de las zonas dañadas por el incendio anterior, sucedido en 2015. La causa; la de siempre: un corto circuito generado por los amasijos de cables y 'diablitos' que conducen la electricidad a los puestos e instalaciones. Aunque ésta parece ser la causa real, no faltan los malpensados que atribuyen los incendios a pleitos entre comerciantes o al crimen organizado.

 

La reacción del gobierno es la misma que en ocasiones anteriores: se reconstruirá lo dañado con presupuesto público y se revisarán todos los mercados de la capital para prevenir nuevos incendios. Llevamos décadas escuchando la misma historia y los mercados públicos se seguirán quemando. Una solución de fondo para este problema, podría comenzar con la pregunta: ¿Por qué si el comercio -en todos sus rubros- se expande por diversas ciudades del mundo, los mercados públicos de la capital languidecen? Las ciudades nacieron para propiciar el intercambio entre los seres humanos; situación por la cual, el comercio forma parte de su razón de existir y ocupa un buen espacio del territorio urbano: colmando, además, calles y plazas.

En este sentido conviven grandes centros comerciales, supermercados, calles comerciales, tiendas de barrio, mercados tradicionales y el comercio callejero -en todas sus variantes-. Los que conocemos como mercados públicos, fueron construidos entre los años 30 y 60, del siglo pasado, con el fin de albergar a comerciantes de la calle en lugares higiénicos y funcionales. Muchos fueron diseñados por los mejores arquitectos de la época como José Villagrán, Pedro Ramírez Vázquez o Félix Candela. Algunos de ellos, incluso albergan murales. Por ejemplo: en el Abelardo Rodríguez se encuentra la única obra en México de Isamu Noguchi, reconocido artista japonés-americano. De los 329 mercados públicos registrados en la CDMX, algunos tienen una vibrante actividad económica, como la Lagunilla (zapatos), el Ampudia (dulces), San Juan (pescados y mariscos), Sonora (hierbas y pociones), Jamaica (flores), Coyoacán (antojitos y artesanías); sin embargo, la mayoría subsisten precariamente ante la competencia de las cadenas de supermercados, en un extremo, y de los tianguis y el comercio ambulante en el otro.

Lo que estos pocos mercados privilegiados necesitan es orden, seguridad y una actualización de su imagen; además de mejorar su accesibilidad, baños y otros servicios, pero es claro que su supervivencia económica está asegurada. No obstante, la gran mayoría de los mercados no gozan de estas características. Muchos tienen locales cerrados o que funcionan como bodegas y los comercios existentes funcionan de manera precaria. Los subsidios del gobierno los ayudan, pero su potencial está subutilizado y sus estructuras e instalaciones deterioradas. De hecho incumplen todas las normas estructurales y de protección civil de la ciudad.

¿Será posible resolver esta compleja problemática? Sí, partiendo de la premisa de que la demanda de servicios comerciales existe; además, hay que considerar que los mercados públicos cuentan con buenas ubicaciones, amplios terrenos y que sus locatarios son gente trabajadora y conoce su negocio. A partir de ello pueden realizarse, con coinversiones con la iniciativa privada, proyectos, en donde se incorporen tiendas ancla, cines, guarderías, pequeños talleres u oficinas, estacionamientos. Estas edificaciones cumplirían con la normatividad vigente y podrían incluso incorporar otros servicios sociales. Con esta fórmula los actuales locatarios podrían recibir locales más amplios y modernos en proyectos comerciales exitosos. Además el Gobierno de la Ciudad recibiría, sin invertir recursos públicos, ingresos provenientes de rentas.

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