En un mundo donde más del 50% de la población vive en entornos urbanos y la contaminación del aire provoca más de ocho millones de muertes prematuras al año y un costo de 8 mil millones de dólares anuales, la inteligencia artificial (IA) emerge como una herramienta disruptiva y transformadora para combatir uno de los desafíos ambientales más críticos de nuestro tiempo.
La IA no solo permite detectar patrones ocultos en datos ambientales, sino que también predice con precisión la evolución de la contaminación. Herramientas como DyNA, del Imperial College de Londres, procesan datos satelitales, condiciones meteorológicas y flujos de tráfico para anticipar picos de contaminación en tiempo real.
Aplicaciones como AirTrack ya ofrecen a corredores, ciclistas y peatones información personalizada sobre su exposición diaria, ayudándoles a evitar rutas o momentos de mayor riesgo.
En el ámbito urbano, la IA promete aún más: Desde optimizar el flujo vehicular con políticas de tarificación dinámica hasta rediseñar barrios enteros considerando la dispersión de contaminantes. Al modelar cómo los edificios y el mobiliario urbano afectan la ventilación natural, arquitectos y urbanistas pueden evitar focos de contaminación desde el plano maestro.
El potencial es inmenso
La Organización Mundial de la Salud plantea reducir a la mitad los impactos de la contaminación en la salud para 2040, y la IA podría ser esencial para lograrlo.
Pero más allá de los algoritmos, se necesita una coalición de gobiernos, empresas, centros de investigación y ciudadanía que impulse soluciones colectivas, especialmente en las ciudades emergentes del sur global.
Respirar aire limpio no debería depender de la latitud ni del ingreso. Con la inteligencia artificial como aliada y la equidad como brújula, estamos ante la oportunidad de rediseñar nuestras ciudades como espacios verdaderamente saludables, donde el aire fluya con la misma libertad que los datos que hoy lo hacen visible.