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Las campañas políticas adelantadas volvieron a poner la lupa en un tema que se debate desde hace décadas: el de la desigualdad entre regiones de México. De manera concreta entre el norte y el sur del país.

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En términos de las mediciones económicas y sociales convencionales el sur de México es más pobre que el norte. Su PIB per cápita es menor y los índices de pobreza mucho mayores. El PIB per cápita de Nuevo León es cinco veces el de Chiapas. Este fenómeno no es exclusivo de México. Todos los países del mundo tienen severas disparidades regionales.

 

El per cápita de Arkansas es casi la mitad de California. En España el sur siempre ha sido más pobre que el norte. Escocia y Gales no son tan ricos como Inglaterra aunque todos forman la Gran Bretaña.

 

Al buscar las razones comienzan los desacuerdos. Muchos niegan el determinismo geográfico pero es claro que los habitantes de latitudes más frías desarrollan un sentido de la previsión y el ahorro, para sobrevivir los inviernos, mientras que los de latitudes tropicales tienen acceso a comida todo el año.

De hecho, el sur de México tiene más agua, mejor clima, mayor diversidad natural y cultural, petróleo, gas natural y abundantes selvas y bosques madereros. ¿Entonces porque son más pobres?

Las respuestas son incómodas. Los estados del sur a diferencia de los del norte siempre estuvieron más poblados en mucho por etnias indígenas. También la geografía de cadenas montañosas y planicies inundables los aisló entre sí y del resto del país.

 

Arkansas, Estados Unidos.

 

Los usos y costumbres tampoco ayudan. Aunque en principio suena lógico y justo respetar los principios ancestrales de una comunidad, muchos de estos códigos contravienen factores de desarrollo económico, productividad y respeto a los derechos humanos. Por ejemplo, el sometimiento de las mujeres en esas comunidades no concuerda en nada con los valores actuales.

Algo todavía más controversial: la religión. El catolicismo profesado por la mayor parte de los mexicanos subordina muchas decisiones personales y materiales a la intermediación de los sacerdotes y otros jerarcas de la iglesia, y muchos creen que su credo imbuye conformismo, pasividad y aceptación de la pobreza.

 

Ello, a diferencia de la ética de trabajo del protestantismo, la religión predominante en los países occidentales más avanzados.

 

Esta complejidad sociocultural se manifiesta también en las formas de gobierno. Es imposible administrar bien un territorio cuando hay estados como Oaxaca que tiene 570 municipios, 23% de los 2,469 que hay en el país, cuando solo cuenta con 4.6% del territorio. Por contrastar, Baja California tiene siete y Baja California Sur sólo cinco.

El norte del país a su vez se ve fortalecido por ciertas condiciones. Del lado bueno están las enormes extensiones, muchas de ellas desérticas, que permiten crecer a las ciudades y construir infraestructura como carreteras y ferrocarriles. La vecindad con Estados Unidos, a lo largo de 3,200 kilómetros de frontera, ha sido el motor económico del norte de México.

Aunque no todo es perfecto. La falta de agua y los problemas para su administración son un claro problema que puede inhibir o limitar el crecimiento económico del norte junto con la falta de infraestructura eléctrica, vial y de vivienda.

 

 

Ahora, independientemente de su orientación ideológica, un propósito esencial de cualquier gobierno tiene que ser reducir las desigualdades en este caso territoriales. De hecho, las políticas fiscales tienen que estar concebidas para ello: Cobrar impuestos a las regiones más ricas e invertir dichos excedentes en los estados más pobres.

El problema, comprobado a lo largo de décadas de política regional en México, es que si no se hacen cambios estructurales la inversión a veces resulta incluso contraproducente ya que fortalece cacicazgos y estructuras de corrupción y control político que precisamente conspiran contra ese objetivo de igualdad.

Solo con cambios drásticos que involucren educación, salud, construcción de infraestructura como carreteras, aeropuertos, electricidad, abasto de agua y una política de vivienda se podrán lograr. Pero para que esto funcione se requiere una reforma administrativa y una planeación profesional de los proyectos y obras.

 

Aquí aplica la multicitada frase de Albert Einstein: Si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo.

 

Ello implica decisiones drásticas como reducir sustancialmente el número de municipios; convencer a las comunidades indígenas de abandonar parte de sus usos y costumbres; reorganizar los gobiernos estatales y municipales; realizar las inversiones en infraestructura a partir de una planeación racional y no de ocurrencias o compromisos políticos con las fuerzas locales. Además mejorar sustancialmente la educación y la salud a partir de la ciencia.

Todo suena difícil, y los políticos dirán que es imposible, pero si no se actúa a partir de decisiones como las descritas anteriormente,  la desigualdad entre sur y norte seguirá vigente muchas décadas más.

 

Chiapas, México.