La Ciudad de Oaxaca, capital de uno de los estados más pobres del país es, sin embargo, un ejemplo de como cuando sacamos lo mejor de nosotros, se pueden crear círculos virtuosos que ponen en valor el patrimonio cultural, crean riqueza y alejan de la pobreza a familias y generaciones enteras.
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Oaxaca es el tercer estado con mayor pobreza relativa del país. Solo Guerrero y Chiapas están más atrasados. También es de los que más migrantes han aportado tradicionalmente. La colonización original de Ciudad Nezahualcóyotl a partir de los años 40´s y 50´s del siglo pasado fue mayoritariamente de oaxaqueños. Los Angeles, Chicago y Nueva York tienen importantes comunidades oaxaqueñas. Poughkeepsie, en NY, es conocida ahora como 'Little Oaxaca'.
Los números son clarísimos: el estado tiene 4 millones de habitantes, la ciudad 300,000; pero 1.5 millones de oaxaqueños viven fuera, la mayor parte en Estados Unidos.
La densidad cultural de Oaxaca es altísima. Arquitectura prehispánica y colonial; artesanías textiles y de barro que en muchos casos quieren alcanzar el nivel de arte; una gastronomía sofisticada. La música como parte integral de la cultura popular y la peculiar escuela de pintura oaxaqueña que tiene como exponentes principalísimos a Tamayo y a Toledo pero también a una cauda de seguidores; varios de ellos con reconocimiento mundial. Además la innovación y el progreso no se congelaron en el pasado que aunque glorioso se pudo haber quedado estático.
La arquitectura ha seguido evolucionando no solo a través de la sensible remodelación y restauración de casonas, iglesias y conventos – destaca Santo Domingo– sino que aparecen aquí y allá discretas adiciones y edificios nuevos de arquitectos contemporáneos como Mauricio Rocha, Isaac Broid o Alberto Kalach.
La gastronomía y la hostelería se sofistican sin perder sus raíces y aparecen decenas de pequeños y sofisticados hoteles junto con restaurantes de la escuela oaxaqueña a veces intervenida por las luminarias de la moderna cocina mexicana como Enrique Olvera.
La pintura parece un poco atrapada por las fuerzas gravitacionales creadas por los grandes maestros oaxaqueños y no se detecta ningún movimiento que pueda romper esas amarras como si pasa claramente en Guadalajara. Ojalá sea solo cuestión de tiempo.
Las artesanías sin embargo, parecen listas para evolucionar desprovistas ya de su sentido utilitario. Numerosos alfareros y tejedores incursionan en propuestas, que se parecen más al arte, en sus talleres tradicionales en los pueblos cercanos a la capital.
Algunos de ellos incluso han logrado –a través de los migrantes– mostrar su obra en museos norteamericanos y recibir halagadores artículos en los grandes periódicos de Estados Unidos. Además en general estos talleres están liderados por mujeres zapotecas.
Al no contar con gobiernos muy distintos a los del resto del país en cuanto a honradez o eficacia, parte de lo público en Oaxaca fue convenientemente tomado por personajes de la sociedad civil destacando el financiero- filántropo Alfredo Harp y su esposa Isabel Grañen y el recientemente fallecido Francisco Toledo.
En ese difuso espacio que existe entre el gobierno y la sociedad civil, ellos crearon instituciones como el festival Instrumenta Oaxaca, el Maco, el Iago, el Centro de las Artes de San Agustín Etla o el Museo Textil entre muchas otras. Además defendieron –Toledo con mucha vehemencia– a su ciudad de transgresiones a la arquitectura, al espacio público y a la cultura pero no sólo a través de la estridencia sino invirtiendo buena parte de sus fortunas personales en proyectos que han logrado la organización y la institucionalidad para perdurar.
En el centro de la ciudad, la combinación de estos fenómenos es espectacular: decenas de cuadras, calles, plazas, jardines y edificios armónicos, bien mantenidos, perfectamente pintados, señalizados y con ambulantes bajo control. Los visitantes de todos niveles socioeconómicos pueden deambular durante horas visitando iglesias, museos, restaurantes, mercados y fondas acogidos por el benigno clima de los valles centrales de Oaxaca.
Por si lo descrito fuera poco, la carretera que conecta la CDMX con Oaxaca atraviesa en un largo tramo la reserva de la biosfera Tehuacán-Cuicatlán con una carretera bien trazada, magníficamente mantenida y aparentemente segura a través de un paisaje de largas vistas, enormes cielos, imponentes cerros y montañas y miles de cactus poblando sus cañadas y laderas.
Pero se podría hacer más. Bien harían los gobiernos de los tres niveles en acompasar sus proyectos e inversiones al fenómeno social y cultural que ha permitido este renacimiento.
El transporte público, como en todo el país, deja mucho que desear, el crecimiento urbano de la periferia esta descontrolado, las zonas arqueológicas de Monte Albán y Mitla deberían estar más cuidadas y protegidas y la constante tensión con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación –la temida CNTE– prohijada en parte por los gobiernos del estado, amenaza de tanto en tanto a la ciudad y a sus visitantes.