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El alma inquietante de Juan Soriano

Para definir al artista Juan Soriano (1920-2006) tenemos que comprender su enorme potencial humano, analítico y vivencial como punto de partida, generador de una experiencia de carácter constructivista y casi redimido dentro del orden social. Su complejidad poética siempre se mantuvo dentro de una generosa producción, cuyos fundamentos tuvieron el seno materno en Jalisco.

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Autorretrato,1952Temple sobre tela|JUAN SORIANO

Nacido en 1920, fue sin duda alguna un experimentador con alma inquietante, que compartió con nosotros este espíritu en casi todas las áreas que conformaron su mundo plástico: Dibujante, pintor, escultor, escenógrafo, director de escena en un proyecto de enorme alcance como fue “Poesía en Voz Alta”. Su obra se caracterizó siempre por un estilo propio, basado en el lirismo y la búsqueda constante, derivada de la inquietante personalidad del creador.

Experimentó con diversos materiales, géneros y estilos; incursionando incluso en el abstraccionismo y la creación de vestuarios y escenografías para teatro.

Juan Soriano fue generoso, un conversador, asistido siempre por el don de la gracia y el sentido del humor casi divino.

Juan Francisco Rodríguez Montoya es sin lugar a dudas uno de los pilares del arte mexicano, de hecho, uno de los últimos artistas que llevaron siempre esta fuerza nacionalista al mundo.

Conocido también como el “Mozart de la pintura”, debido a la demostración de sus virtudes dentro de la plástica a muy temprana edad, lo que le dio su primera exposición a los 14 años de edad.

Galardonado con más de 20 premios internacionales, entre los que destacan el Premio Nacional de las Artes en México, el Premio Caballero de las Artes y Letras del gobierno francés y el Premio Velázquez de Artes Plásticas del gobierno español, entre muchos otros.

No podemos encasillar al maestro Soriano como escultor o pintor, simplemente le podemos llamar artista, creador de un universo autónomo y compartido que refleja por sí solo un extraordinario legado de su tiempo y su grandeza.

El premeditó y se imaginó que a partir de esa exposición en 1934, en el Museo Regional de Guadalajara, vendrían muchas más alrededor del mundo.

Fue un artista visionario y comprometido con él mismo, nunca perteneció a movimiento alguno y como buen solitario celó su estilo, sus temas, su espacio; fue un artista en continuo proceso, en incesante búsqueda.



Pajaro Dos Caras | JUAN SORIANO

En el plano anecdótico se recuerda que, cuando se encontraba escaso de telas o papel en el momento en que se encontraba inspirado, lo hacía sobre las puertas de su casa, las cuales después vendía.

Hoy en día sus obras coronan muchos de los más importantes escenarios de este país y los mejores museos del mundo albergan sus exposiciones itinerantes y permanentes, quizás la última es la que cerraría el círculo de presencia universal para él, ya que se trata de un Jardín Escultórico en la ciudad de Owczarnia, Polonia, que fue establecido ahí por una conversación entre Juan Soriano y su pareja de amor y vida, Marek Keller, al que Juan le comentó que soñaba con un lugar tranquilo cerca de Varsovia. La elección recayó en este pueblo. Es un lugar extraordinario.

Bajo tilos viejos se encuentran esculturas de varios metros de altura que no encontraremos en otro punto del paisaje de la provincia polaca de Mazowsze. Es una vista muy singular, Marek le explicaba a Soriano como a un niño, que los pájaros salen del cascarón del huevo. Y Juan le respondía que según él sabía, así sólo llegaban al mundo las gallinas comunes.

“No sé si a Juan le gustaría este parque”, dice Keller, “pero tuve la convicción de que se lo debía, que quería un parque y una galería así”. Una de las peculiaridades de este parque y también hecho así por otra idea de Juan, es que en él mismo se pueden tocar todos los objetos de arte y a los niños visitantes se les entregan papel y colores para que ellos mismos se expresen artísticamente, ya que el artista decía: “Una escultura sin el tacto, es la mitad de escultura”.

Así, ahora en Polonia vive una gran parte de este artista, que nos demostró en el plano existencial un ser tan explosivo, carismático e interesante como cada una de sus obras.

Quienes lo conocieron personalmente destacan su rebeldía, sencillez y espíritu libertario. Otros rasgos de su personalidad, no menos interesantes, lo definían como un hombre irónico, desen-fadado e irreverente. Su sinceridad, excelente sentido del humor y gusto por la vida fueron memorables. No obstante, supo afrontar la muerte pues para él significaba un premio, quizá el más grande, al no tener más pendientes ni preocupaciones.

Su niñez transcurrió rodeado de nanas que como él decía “lo querían sin dejarlo respirar” y de un séquito de 13 tías que como él recuerda “vestidas de negro que caminaban lentamente a lo largo de extensas habitaciones llenas de muebles austriacos, se detenían junto a alguna mesita y ordenaban objetos menudos. Siempre tenían el aire de estar posando para invisibles fotógrafos”.

Él sería muy pronto ese fotógrafo del universo femenino, en todas las edades, en todas las situaciones: cotidianas, fugaces, sutiles. “De niño fui espectador de la vida de mis hermanas, las veía arreglarse para el baile de palacio y retenía cada detalle”. Verlas a distancia era retratarlas. A las hermanas, las tías, las nanas, las niñas de las nanas, la madre. Pintarlas con ferocidad, inclemencia y ternura.

A los 14 años pintó a su hermana Martha con colores, pinceladas y encuadres reminiscentes de Van Gogh, pero Juan desde entonces no imitaba, pintaba como veía: Las facciones a veces desmesuradas, las asimetrías reveladoras.

Mientras contemplaba los ires y venires del ejército femenino, pintaba caracoles, sirenas, magnolias; inventaba juguetes rodantes y carrozas con cajas de perfumes y caballos de alambre; modelaba muñecos con masa de tortilla; aprendió sastrería, trabajó con barro, se aventuraba a los teatros de farándula para retratar en yeso a las actrices españolas y frecuentaba a los titiriteros para elaborar figuras talladas.


Retrato de Lola Alvarez Bravo 1945 Óleo sobre tela|JUAN SORIANO

En tanto el padre fungía como presidente municipal de Tlaquepaque, Juan aprendió oficios antiguos en una tienda de españoles, cuya dueña era amiga de la familia.

Hacia 1938, cuando dejó Guadalajara para radicar en la capital de México, las había pintado a todas. Se afincó en la Ciudad de México para estudiar Artes Plásticas, motivado por su talento y el aliciente de la compañía de su hermana Martha.

Sus mentores fueron grandes exponentes de la plástica mexicana como Emilio Caero y Santos Balmori. Por invitación de este último, se integró a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), en la cual permaneció apenas un par de años; sin embargo, a partir de ello se relacionó con conocidos personajes del ámbito cultural, lo cual le permitió ampliar sus horizontes intelectuales y plásticos.


Retrato de Lupe Marín 1945 Óleo sobre tela|JUAN SORIANO

Entre estas amistades se cuentan a María Félix, Octavio Paz, Rufino Tamayo, Guadalupe Marín, Xavier Villaurrutia, Elena Garro, Lola Álvarez Bravo, María Asúnsolo, Leonora Carrington, Carlos Pellicer, María Zambrano, Salvador Novo, Frida Kahlo, Carlos Mérida, entre otros.

A principios de la década de los cincuenta, viajó a Europa y ahí, conforme fue madurando su obra, amplió su círculo de amistades internacionales, lo que contribuyó a que su estilo plástico se consolidase de manera más universal.

De 1952 a 1956 retornó brevemente al país para retomar sus vínculos con intelectuales mexicanos y colaboró con Octavio Paz, Juan José Arreola, Héctor Mendoza, Juan José Gurrola y Leonora Carrington dentro del grupo “Poesía en Voz Alta”.

De 1956 a 1957 se estableció en Roma, Italia, para después a partir de 1974, cambiar su residencia a París. Ahí conoció y trabó amistad con Antonio Saura, Julio Cortázar y Milán Kundera. En donde también por el resto de la época de los setenta y hasta 1985 (donde festejó sus 50 años de actividad artística) recibió numerosos premios y becas para continuar produciendo sus obras, ya como un consagrado artista.

Sus 50 años de actividad artística fueron festejados con una exposición homenaje en el Palacio de Bellas Artes, la cual viajo también por varios estados de la República.


Paloma Bronce,Fundido a la cera perdida Marco Monterrey|JUAN SORIANO

Para finales de los 80, de Juan el
desbalagado y caótico, del depresivo y sombrío no quedaba nada, se había reinventado después de una vida de aprendizaje y trascendentalismo.

Era nervioso, inquieto, un compendio gestual de muchos de los animales mágicos que había llevado a su pintura: Pez elusivo, temblor de ardilla, mirada de pájaro, ojos de gato, delgadez de mono.

Durante la década de los noventa continúan lloviendo los reconocimientos y las exposiciones por todo el mundo.

En 2003, a los 82 años ilustra los libros: “La Fuerza del Destino” de Julieta Campos, y “El Águila o Sol”, de Octavio Paz. Realiza seis esculturas monumentales para diferentes estados de la República Mexicana. Trabaja nuevamente en la elaboración de tapices, con el tema de la muerte, en el taller de los Gobelinos en Guadalajara, Jalisco.

El incansable artista se encontró el 10 de febrero de 2006 con la muerte, que para él no era “el final de todo sino una parte natural y oscura de ese todo. Una muerte que no deja de ser sensual sin dejar de ser muerte, como en la extraordinaria Calavera, colorida y trazada en una curva perfecta, calavera que es muerte y es color, movimiento y ritmo... pero es muerte”.