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Esta crisis debe analizarse con base en los datos fiables disponibles, no en especulaciones sobre su desarrollo futuro.

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En nuestra opinión, la crisis del coronavirus, que ha tenido contra las cuerdas a los mercados durante algunos días, debería percibirse como un cisne negro (*). No recurrimos a esta metáfora para enfatizar la gravedad de la crisis, sino para recordar su idiosincrasia única, que hace que el establecimiento de paralelismos con casos anteriores y el recurso a parámetros considerados “normales” resulte inútil desde el punto de vista del análisis del riesgo.

Esta crisis debe analizarse con base en los datos fiables disponibles, no en especulaciones sobre su desarrollo futuro, que nadie puede vaticinar a día de hoy con precisión alguna. En ese sentido, su naturaleza es idéntica a la de anteriores choques externos, como los ataques terroristas de 2001 en Estados Unidos, el virus del SARS en 2003 o el accidente en la central nuclear de Fukushima en 2011. En todos estos casos, el daño que sufren los mercados y la economía suele derivarse en gran medida no tanto del motivo inicial de la crisis, sino más bien de las reacciones que despierta, ya sea en forma de medidas de contención —que lastran tanto la demanda de los consumidores como, en una fase más tardía, las cadenas de suministro— o de estrés psicológico que merma la confianza y la demanda de los consumidores y perjudica a los activos de riesgo.

La propagación de un virus presenta una característica única: suele seguir una trayectoria exponencial en forma de campana, lo que conlleva que inicialmente se produce un incremento exponencial en el número de nuevos casos, ritmo que posteriormente se ralentiza hasta estabilizarse y, finalmente, disminuir para terminar desapareciendo.

En el caso actual, la trayectoria del número de nuevas infecciones se encuentra ya en fase descendente en China, pero, como es lógico debido al retraso temporal de la propagación fuera del país, solo ahora comienza su fase ascendente fuera del gigante asiático. Ello explica por qué, en un primer momento, los mercados internacionales encajaron bien la crisis —eminentemente china—, apoyados por unas políticas monetarias que siguen siendo muy acomodaticias, y por qué la fase de internacionalización de la propagación del patógeno está generando turbulencias en los mercados de activos de riesgo mundiales. Estas turbulencias perdurarán hasta que la trayectoria de la propagación en esos mercados se adentre en la fase de ralentización.

Desde el prisma económico, las repercusiones negativas inmediatas sobre la demanda mundial seguramente se acentuarán conforme el menoscabo de la confianza de los consumidores pase a afectar a las economías desarrolladas. Por el contrario, a medida que los empleados chinos del sector manufacturero se reincorporen progresivamente a sus puestos de trabajo —como ya están haciendo—, los daños para las cadenas de suministro se verán mitigados.

A nuestro juicio, intentar determinar cuándo se producirán fluctuaciones en el mercado a corto plazo constituye una manera muy poco fiable de gestionar carteras en esta coyuntura. Consideramos que es más apropiado centrarse en dos prioridades:

1) Reducir la exposición general al riesgo en todas las clases de activos para moderar los niveles de riesgo. Ello no evitará por completo que la volatilidad afecte a los VL diarios de los Fondos, pero brindará el perfil más adecuado para capear todos los supuestos posibles.

2) Garantizar que los activos de renta variable mantenidos en las carteras son valores escogidos con base en convicciones de gran solidez con un horizonte a medio plazo, que deberíamos estar preparados para incorporar en caso de que surjan oportunidades atractivas.

En vista de que consideramos que resulta poco probable que las autoridades, incluidas las de China, recurran a políticas de reactivación económica de gran calado este año, estos valores basados en sólidas convicciones siguen siendo títulos de crecimiento de todo el mundo, incluidos los mercados emergentes, que cuentan con una marcada visibilidad en los ciclos económicos.

 

/Con información de Carmignac/