La cultura olmeca, también ha sido llamada la cultura madre, por ser la más antigua y por sus grandes aportaciones a las civilizaciones prehispánicas.
Los que habitan en la tierra de hule, definición etimológica para el vocablo náhuatl “olmecas”, constituyen una de las primeras civilizaciones prehispánicas de las que se tenga registro. Las evidencias de su existencia datan, de al menos, 3,000 años atrás y se situaron en las tierras bajas del centro-sur de México durante el periodo Preclásico.
El desarrollo de la cultura olmeca se dio entre los años 1200 a.C. y 400 a.C., y gracias a la riqueza de la zona donde se asentaron, lograron florecer tres ciudades importantes: San Lorenzo Tenochtitlán, la Venta y Tres Zapotes.
Este extraordinario pueblo representó avances intelectuales significativos, ya que utilizaban un sistema de escritura jeroglífica compleja; un calendario de 360 días, más cinco infaustos o de desgracia; perfeccionaron un sistema matemático basado en una estructura vigesimal que representaba los números por medio de puntos y barras, y establecieron rituales mortuorios que se pueden reconocer en la infraestructura de columnas basálticas prismáticas destinadas para este propósito. Incluso se cree que el calendario y el sistema de matemáticas que germinaron los mayas tienen sus raíces en la herencia olmeca que permeó a más de una cultura del periodo precolombino.
La agricultura se llevó a cabo, sin duda, como una actividad económica; sin embargo, estudios han mostrado que en la dieta de los pobladores de esta zona no abundaban los productos provenientes de la tierra.
Los olmecas, como otras civilizaciones venideras, realizaron su intercambio comercial por medio del trueque. Si bien, no se tienen indicios de la existencia de algún tipo de mercado, estos intercambios eran necesarios en su sociedad, ya que, por medio de ellos, se diversificaban los productos que podían trabajarse y cultivarse en la región.
Además, establecieron rutas comerciales para la obtención de materias primas, principalmente piedras, como el jade, la obsidiana, el cristal de roca y la magnetita. A partir de estos materiales, los pobladores de esta cultura perfeccionaron la talla, y por tanto, su arte escultórico.
Otro de los invaluables aportes que hicieron fue la invención del juego de pelota, el cual tenía fines tanto religiosos como didácticos.
Rituales funerarios
Se consideran principalmente dos tipos de actos mortuorios: los que refieren a una ofrenda y los que aluden al término de la vida de una persona. El primero consta de un sacrificio humano que se realiza con motivos ceremoniales, muchas veces relacionado con la religión que practicaban estos pueblos; mientras que el segundo son ceremonias destinadas a conmemorar o rendir tributo a una persona que ha fallecido.
En ambos casos una de las singularidades que distingue estos actos de otros que practicaban diversas civilizaciones, es la desarticulación intencionada de las partes del cuerpo; con respecto a una diferenciación entre hombres y mujeres en el tratamiento del cuerpo finado, no existen, hasta ahora, evidencias suficientes de que ocurriera, debido a que no se han podido identificar claramente las características de las muestras biológicas que se han recabado en la región. A pesar de ello, sí hay muestra de que a los niños se les trataba de forma distinta, por el acomodo en que se encontraron los cuerpos de los mismos.
Los primeros usos del petróleo
Adicionalmente, la cultura olmeca fue pionera en la recolección, extracción y transformación de lo que ahora conocemos como petróleo, gracias a la ubicación geográfica donde se asentaron. El uso del chapopote (petróleo) se popularizó para sellar acueductos de basalto y embarcaciones, que se usaban para el comercio local, la comunicación y el transporte que se llevaban a cabo por vías marítimas; también fue empleado para hacer ornamentaciones, sobre todo en los mangos de los cuchillos, y para esculpir figurillas.
Este hidrocarburo abundó en las zonas de San Lorenzo, Veracruz y La Venta, en Tabasco. Investigaciones recientes han arrojado que este material también se intercambiaba, lo que muestra cierto grado de autonomía por parte de la población que formaba esta sociedad.
Vestigios colosales
Las cabezas olmecas son uno de los rasgos más representativos de esta cultura. La primera de ellas fue descubierta a mediados del siglo XIX por José María Melgar y Serrano con información proporcionada por un campesino de Tres Zapotes, aunque las principales investigaciones arqueológicas serían realizadas por Matthew Stirling casi 80 años después, en 1938.
Se sabe que fueron esculpidas en grandes rocas de basalto volcánico obtenidas en la Sierra de los Tuxtlas en Veracruz, situada a más de 100 km del territorio olmeca. La hipótesis más difundida es que estas enormes piedras fueron arrastradas por tierra más de 40 km y luego subidas a balsas que navegaban por el río Coatzacoalcos, de ahí pasaban al río Tonalá y por último al río Blasillo para llegar finalmente a La Venta.
En total se han encontrado 17 cabezas, todas ellas en la región del Golfo de México. Una de las más impresionantes es la conocida como El rey, pesa 24 toneladas y mide 2.85 m de altura. Cada una de ellas es diferente entre sí, todas poseen rasgos distintivos que muestran la fisonomía de los olmecas: nariz chata, labios gruesos y ojos rasgados. Además el tocado tiene insignias y dibujos muy característicos.
Sobre a quiénes representaban estas cabezas colosales hay muchas hipótesis, aunque las investigaciones en torno a ellas todavía continúan, se cree que eran líderes del pueblo, pero no se sabe si pertenecían a gobernantes, sacerdotes o jugadores de pelota.
Es indudable el predominio e influencia de los olmecas; aun después de su caída sus logros formarían parte importante de la cultura mesoamericana y sentarían las bases de los pueblos que forman parte del fundamento de nuestro país.
Texto:Cecilia Guzmán
Foto: cv, inah, vp, ning, static, bp, mymardan, museo nacional de antopología.